No podemos negarlo: la agricultura ha tenido un año complicado. El clima extremo provocó tormentas e inundaciones, heladas intempestivas y olas de calor abrasador, además de sequías prolongadas. En algunas partes del mundo en 2023, las tomateras no florecieron, la cosecha de melocotones nunca llegó y el precio del aceite de oliva se incrementó.
Ser agricultor ahora mismo (o agrónomo o economista agrícola) es reconocer hasta qué punto esos extraños fenómenos meteorológicos están relacionados con el cambio climático. De hecho, cuando la Cumbre de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como COP28, se celebró en Dubai a principios de este mes, incluyó un pacto de 134 países para integrar la programación de la agricultura sostenible en las hojas de ruta climáticas de los países.
A medida que el sector agrícola mira hacia 2024, los científicos especializados en cultivos trabajan para anticiparse a una meteorología ruinosamente inestable. Prevén adaptaciones tanto para los sistemas de cultivo como para las propias plantas.
Por otro lado, el tiempo no está a su favor
“El fitomejoramiento es un proceso lento”, asegura James Schnable, genetista de plantas y profesor de agronomía en la Universidad de Nebraska-Lincoln, “toma entre siete y diez años en desarrollar y lanzar al mercado una nueva variedad de maíz. Pero sabemos que, como consecuencia del cambio climático, el agotamiento de los acuíferos, los cambios en las políticas y los precios de las materias primas, el entorno dentro de siete o diez años va a ser muy diferente. Y realmente no tenemos forma de predecir cuáles son las variedades que deberían desarrollarse hoy para afrontar esos retos entonces”.
La inquietud por que el cambio climático supere a la innovación agrícola no es nueva. En 2019, la Comisión Global sobre Adaptación, un grupo de investigación independiente patrocinado por las Naciones Unidas, el Banco Mundial y la Fundación Bill y Melinda Gates, predijo que el cambio climático reduciría el rendimiento agrícola hasta en un 30% para 2050, y que el impacto recaería con más fuerza en los 500 millones de pequeños agricultores de todo el mundo. Ese mismo año, científicos de Australia y EE UU descubrieron que las alteraciones de la producción de alimentos (caídas imprevistas y repentinas de la productividad) han aumentado cada año desde la década de 1960, y un equipo de investigación de Zúrich demostró que las olas de calor extremo que se extienden por naciones de las mismas latitudes (inusuales antes de 2010) se están convirtiendo en algo habitual.
Disminución de la producción agrícola
Si esos autores buscaban ejemplos, 2023 se los proporcionó. En primavera, el Reino Unido e Irlanda sufrieronfalta de tomates luego de que el clima extendido en España y Marruecos afectara las cosechas, y el valor del fruto aumentó un 400% en la India a raíz de las malas cosechas. En junio, los productores de papas de Irlanda del Norte informaron que la sequía había mermado su cosecha en 4.4 millones de libras (unos 5.5 millones de dólares). En India, las precipitaciones intensas impidieron a los agricultores recolectar maíz para alimentar al ganado. En septiembre, las autoridades agrícolas españolas anunciaron que la cosecha del país, líder global en producción de aceite de oliva, sería menor a lo usual por segundo año seguido. En octubre, las autoridades de Perú, principal exportador mundial de arándanos, indicaron que la cosecha sería la mitad de lo usual. Mientras tanto, en Europa, Australia y Sudamérica, la producción de vino descendió a los niveles más bajos desde 1961. El Departamento de Agricultura de EE UU actualizó su mapa de “regiones de rusticidad de las plantas” por primera vez en 11 años, mostrando que las zonas de cultivo de cerca de la mitad del país se habían calentado hasta 5 grados Fahrenheit (poco más de 3 grados centígrados).
Sin embargo, el desarrollo agrícola también se ha visto afectado por el gradual estrés del aumento de las temperaturas y la disminución de las reservas de agua. Por cada grado centígrado, el rendimiento de la avena se reduce en aproximadamente 1.8 fanegas (bushels) por acre y 0.5 libras por bushel de peso hectolítrico”, indica Juan David Arbeláez, científico experto en cereales menores y profesor adjunto de la Universidad de Illinois. Eso es más o menos lo que ganamos en avena cada año con la mejora genética. Entonces, cualquier avance obtenido se pierde con ese grado adicional de temperatura”.
Una opción al cambio de cultivos es trasplantarlos, y los científicos ya lo están considerando. Arbeláez, especialista en avena, menciona que la producción de avena en el Medio Oeste (para consumo humano, alimento animal y paja) solía abarcar más de 47 millones de acres. Ahora se ha reducido a 2 millones. Gran parte de la avena consumida hoy por los estadounidenses se cultiva en Canadá.