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Nubes estratosféricas: el motivo más singular del rápido aumento de temperatura en los polos

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En el Ártico y en la Antártida, las PSC emergen a entre 15 y 25 kilómetros (9.3 y 15.5 millas) en el cielo durante el frío invierno. La mayoría de las veces son imperceptibles, pero es viable observarlas cuando el sol está en el ángulo adecuado. En estos casos, se les conoce como nubes “nacaradas” o “madreperla”, por su coloración peculiar: remolinos de púrpura, verde azulado y amarillo. Al igual que hacen las nubes altas en otros lugares, crean una capa aislante sobre los polos, que impide que las temperaturas desciendan rápidamente.

Nubes nacaradas o madreperla en el cielo de Noruega.

En el Eoceno, la gestación de estas nubes se vio favorecida por las posiciones de los continentes y las montañas del planeta. Por ejemplo, el Himalaya aún no se había formado del todo, y la carencia de hielo kilométrico en Groenlandia significaba una menor elevación de la tierra. Eso provocó la proliferación de ondas de presión en la atmósfera, que desviaron más energía hacia los trópicos. Llegó menos energía a la estratosfera ártica, por lo que se enfrió, formando un manto de PSC. La temperatura en tierra se convirtió… templada.

Felizmente, el desplazamiento continental de los últimos 50 millones de años ha modificado la topografía y la circulación atmosférica, de forma que este manto se ha hecho más delgado. Aunque las PSC siguen creándose y atrapando calor, ya no son tan abundantes como antes. Sin embargo, la situación puede volver a cambiar: si la humanidad sigue lanzando metano a la atmósfera, eso proporcionaría el vapor de agua estratosférico necesario para generar más de estas nubes imperceptibles. “Tengo que ser muy clara: la magnitud de las PSC no será tan alta como en el Eoceno. Y esa es probablemente la buena noticia para nosotros”, destaca Dutta.

Entender el recalentamiento del pasado para predeterminar el que se avecina

Una mejor comprensión de las nubes será sumamente importante a medida que los polos sigan transformándose rápidamente. “La intensidad de las retroalimentaciones en las que intervienen las nubes sigue siendo la que presenta mayores incógnitas”, opina Sophie Szopa, química atmosférica que ha estudiado el clima del Eoceno en el Laboratorio de Ciencias del Clima y del Medio Ambiente de Francia, pero que no fue parte del nuevo artículo. “Por tanto, es necesario comparar los resultados de los distintos modelos climáticos, incluidas las nubes estratosféricas polares, para entender la importancia de esta retroalimentación sobre la amplificación polar para el próximo siglo”.

Conocer de qué manera la estratosfera del Eoceno influyó en el clima ayudará a los científicos a manejar mejor lo que cabe esperar en el futuro. “Básicamente, estos climas pasados nos proporcionan un banco de pruebas para comprobar nuestros modelos”, sostiene Dutta. Así, los científicos especializados en los polos diferenciarán entre el calentamiento potencial debido a las fluctuaciones naturales del clima de la Tierra y la contribución de las emisiones de gases de nuestra civilización.

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