Después de pasar diversas generaciones y ver que nada de eso había ocurrido, comenzaron a surgir otras interpretaciones. ¿Quizás Jesús se refería a la otra existencia y a las promesas más etéreas del cielo? ¿Quizás el reino no era más que la acumulación constante de justicia e igualdad que a los seres humanos se les encomendó producir?
Cuando me criaba en la Iglesia, la interpretación evangélica popular era la “escatología inaugurada”, la cual sostenía que el reino es simultáneamente “ahora” y “todavía no”. Todas las glorias del Cielo están por venir y, sin embargo, ya podemos experimentar un indicio de ellas aquí en la Tierra. Es una interpretación poco refinada, que en retrospectiva parece un intento de tener (literalmente) lo mejor de ambos mundos: los creyentes pueden disfrutar del paraíso en el presente y también más tarde en el cielo. Es este marco teológico el que me viene a la mente cuando oigo a Zuckerberg hablar del mundo físico, la realidad aumentada, la realidad virtual y las permeables fronteras entre ambos. Cuando habla de las tecnologías de “realidad mixta” existentes como una parada ontológica en el camino hacia un paraíso virtual totalmente inmersivo, suena (al menos ante mis oídos) muy similar al teólogo George Eldon Ladd, que escribió en alguna ocasión que el cielo “no es solo un obsequio de la otra vida perteneciente a la era venidera; también es un obsequio a recibir en el viejo eón”.
Todas las aspiraciones tecnológicas son, en realidad, narrativas de la otra vida. Los habitantes del mundo moderno creemos implícitamente que estamos envueltos en una narración de progreso que avanza hacia una transformación deslumbrante (la Singularidad, el Punto Omega, el descenso del Verdadero y Único Metaverso) que promete alterar radicalmente la realidad tal y como la conocemos. Es una narrativa tan sólida y flexible como cualquier profecía religiosa. Cualquier fracaso tecnológico puede ser absorbido de nuevo en la narrativa, convirtiéndose en un obstáculo más que la tecnología superará algún día.
Una de los aspectos más atractivos del metaverso, para mí, es la promesa de liberarse del dualismo digital-físico mediado por las pantallas y experimentar, una vez más, una relación más fluida con la “realidad” (sea lo que eso signifique).
No obstante, es posible que estemos cometiendo un error al observar tan minuciosamente al porvenir para nuestra salvación. Aunque ya no soy creyente, al reconsiderar las promesas de Cristo sobre el Reino, no puedo evitar pensar que fue muy malinterpretado. Cuando los fariseos le preguntaron directamente cuándo llegaría, él respondió: “El reino de Dios está dentro de vosotros”. Es un enigma que sugiere que este paraíso no pertenece en absoluto al futuro, sino que es más bien un reino espiritual individual al que cualquiera puede acceder, aquí y ahora. En sus Confesiones, San Agustín, sonando no muy diferente a un sabio budista o taoísta, se maravillaba ante el hecho de que la plenitud que había buscado durante tanto tiempo en el mundo exterior estuviera “dentro de mí todo el tiempo”.
Cuando describes, Horizontes, tu anhelo de vivir en una simulación digital que se asemeje a la realidad, pero que sea de alguna manera superior, no puedo evitar pensar que hemos olvidado el metaverso original que ya poseemos dentro: la imaginación humana. La realidad, tal y como la experimentamos, está intrínsecamente aumentada por nuestras aspiraciones y nuestros temores, nuestras ociosas ensoñaciones y nuestras estruendosas pesadillas. Este mundo interior, invisible y omnipresente, ha dado origen a todos los anhelos religiosos y ha producido todas las maravillas tecnológicas y artísticas que han aparecido entre nosotros. De hecho, es la fuente y la semilla del propio metaverso, que se originó (como todos los inventos) en la vaporosa brizna de una idea. Incluso ahora, en medio de la persistente entropía temporal del mundo físico, puedes acceder a este reino virtual cuando desees, desde cualquier lugar del mundo, sin necesidad de audífonos de 300 dólares. Será precisamente tan estimulante como tú desees que sea.