Primeramente llega el estruendo. El sonido es tan potente, que se puede percibir a los oídos luchando inútilmente por adaptarse. La cacofonía de chicharras, sirenas, alarmas y silbatos es suficientemente resistente como para dañar la audición de cualquier oído sano si se escucha sin protección por mucho tiempo.
Posteriormente llega la procesión de los forajidos. Ataviados con vistosas vestimentas de soldado, cientos de hombres y mujeres desfilan por la calle bajo el implacable castigo de un sol furioso, sus cuerpos cubiertos por capas frondosas con diseños extravagantes. Grandes sombreros redondos cubren sus cabezas y sobre muchos de sus rostros descansa una fina capa metálica sobre la que se han dibujado un par de ojos extraños y pequeños labios. Son los enmascarados.
Conforme a la tradición oral del Festival de Las Máscaras de Hatillo, estas enigmáticas figuras representan a los soldados que el monarca Herodes envió en su desesperada búsqueda por el infante Jesús. Numerosos niños murieron a manos de los malvados soldados, lo que originó la conmemoración de su martirio: el día de los Santos Inocentes, todos los días 28 de diciembre.
Aunque tiene sus raíces en lo religioso, el Festival de Las Máscaras ha evolucionado, de alguna manera, hacia una celebración que destaca lo infame. Quizás por su emplazamiento en el calendario, muy cercano a Navidad y a la despedida de año, esta festividad de pueblo disfruta de una reputación tan legendaria como temible, pues resulta común que casi todos los años ocurran sucesos complejos, que van desde detenciones, hasta, en casos extremos, el deceso. Anualmente, cientos de vehículos y personas desfilan en caravana por distintas calles del pueblo hasta llegar a la plaza del municipio. En el trayecto, los coloridos personajes bromean a los asistentes, mojándolos o cubriéndolos en talco o crema para afeitar.
Para los promotores del Festival, sin embargo, Las Máscaras son un hito de gran importancia cultural e histórica para Hatillo. Así lo explica el organizador principal del evento, Juan Bonilla, presidente del Centro Cultural José P.H. Hernández, quien ha estado a cargo de la celebración por más de 50 años.
“El Festival proviene de las islas Canarias. Desde que existe el pueblo, hace 200 años, nuestro Festival ha existido de distintas maneras. Se ha ido remodelando y cambiando. Antes (el patrón de las capas) era sin rizos, luego con rizos y, después, con pocos rizos. Antes era a caballo o a pie, ahora es en ‘Jeep’ o en carroza”, dice.
Para Bonilla también es un asunto familiar, pues su descendencia ya está encaminada a continuar con una tradición que los hatillanos llevan en la sangre desde el nacimiento.
“Yo corrí Máscaras por 34 años. Desde muy pequeño he estado corriendo Máscaras. Tengo una hija de 6 años y nenes de 13 y de 21 que actualmente están corriendo Máscaras. Yo nací y me crié en Las Máscaras. Yo te puedo decir que la gente viene porque les gusta, porque los chicos son alegres. Siempre hay bromas sanas y también bromas que no le gustan a algunas personas, pero los corredores de Máscaras saben a quién le van a hacer la broma, son bromas sanas y al público le gusta interactuar con ellos”, explica, con orgullo.
Con él coincide el alcalde del municipio, Carlos Román, quien también ha participado de numerosas edicionesdel Festival. “Esto tiene muchos elementos implicados. Aquí la familia sale. Esta es una actividad familiar, hay desfiles en los que padres, hijos y nietos participan. Además, genera un impacto en la economía, ya que las personas que van a participar buscan materiales en ferreterías y tiendas locales para construir sus carrozas y sus vestimentas. Los comerciantes a lo largo de la carretera PR-2 y de Hatillo se ven favorecidos por esta situación”.
En esta edición, a pesar de los incidentes, el Festival tuvo una notable reducción en la asistencia y una participación muy baja de artesanos y vendedores autorizados, a pesar de que el municipio les ofreció espacios para su participación.
De vez en cuando, las tradiciones deben enfrentarse a la rigidez de los cambios. Aunque este año se inscribieron más de 200 carrozas y vehículos para participar en la tradicional procesión, varios grupos estuvieron conformados exclusivamente por mujeres. Montadas en tres ‘Jeeps’ decorados de amarillo y dorado, decenas de mujeres vestidas con trajes de los mismos tonos, van saltando y alborotando por toda la calle. Se hacen llamar “Las Primas” y, aunque se tiene constancia de la participación de mujeres en el Festival desde, al menos, los años 80, su presencia en esta edición marca un cambio significativo en la cultura de una de las festividades más reconocidas de la isla.
Zulay Ruiz es una de las fundadoras del equipo y recuerda lo extraño que se sentía al principio tan siquiera considerar la posibilidad de “participar en desfiles” en grupo de mujeres.
“Todo comenzó en una reunión familiar en la que una de nuestras primas tenía un ‘Jeep’ y preguntó si nos atrevíamos a formar un grupo de desfiles. Al principio dudábamos porque es una tradición que usualmente era para el hombre. El primer año vinimos con antifaces porque nos daba cierta vergüenza participar en el Festival donde la mayoría eran hombres. Empezamos con un solo ‘Jeep’ y 10 desfilantes en 2016 y seguimos hasta ahora, con tres ‘Jeeps’ y 35 desfilantes”, explica.
Al igual que todos los equipos, “Las Primas” tuvieron que elegir un tema, colores y patrones para su participación este año. Escogieron el dorado, afirma, porque es el color de una corona, como la que recibieron hace unos años cuando fueron reconocidas como las Reinas del Festival. Según el Centro Cultural, este año también ha contado con una mayor participación de mujeres desde la fundación de Las Máscaras.
Zulay reconoce, no obstante, que no todo ha sido sencillo. Sabe que el Festival puede ser un evento incierto y comprende, igualmente, que el camino que han recorrido se ha visto confrontado en muchas ocasiones al machismo que históricamente ha predominado en este tipo de celebraciones.
“El Festival se ha ido recuperando poco a poco, aunque es verdad que siempre ocurre algo. Hay que hacer excepciones, porque hay de todo”, indica.
Pero sobre todo, Zulay insiste en que ser parte de “Las Primas” y formar parte del Festival de Las Máscaras le ha otorgado un regalo más significativo que cualquier otra cosa.
“Yo, personalmente, he acogido a todas estas chicas que no conocía y, desde que comenzó el grupo, nos hemos convertido en una familia. Aquí todas tienen sus opiniones, todas tienen sus distintos gustos, pero tratamos de mezclarlo todo para el día de hoy, para poder venir aquí a disfrutar. Eso es lo que tenemos en común. Al principio nos decían que no se podía y mira, aquí estamos”.
Cuando llega el momento del desfile, “Las Primas” bajan por la calle entre el ensordecedor y triunfante ruido de cigarras, sirenas, alarmas y silbatos.